Lo hizo en una ceremonia en Managua, flanqueado por los presidentes de Irán y Venezuela. Llegó a su nuevo mandato pese a que la Constitución prohíbe dos presidencias seguidas. Su gobierno es aliado de antiguas figuras de la dictadura.
 
El ex líder guerrillero inicia así una nueva etapa a la cabeza de uno de los países más pobres del mundo, con elecciones cuestionadas, pero con una fuerte hegemonía parlamentaria y el enorme desafío de combatir la miseria, una asignatura pendiente, a pesar del crecimiento de la economía en los últimos cinco años.
 
Ahmadinejad y Chávez llegaron a Managua en una semana marcada por los fuertes enfrentamientos con EE.UU. El primero, en una escalada con los norteamericanos provocada por el desarrollo de su actividad nuclear; y el caribeño, tras la salida obligada de la cónsul de Venezuela en Miami.
 
“Estoy muy contento de encontrarme en la tierra de la revolución (sandinista), tierra del presidente Ortega, mi hermano”, dijo al llegar a Managua. “Las revoluciones de Irán y Nicaragua son gemelas”, remarcó el iraní, quien aseguró sentirse como en casa entre los nicaragüenses. Ahmadinejad felicitó, además, a Ortega por su investidura y dijo esperar que el segundo mandato seguido de cinco años del dirigente sandinista “sirva para el desarrollo, progreso y prosperidad de todo su pueblo”.
 
“Venimos a compartir este día glorioso para la historia nueva que estamos tejiendo. Se inicia un nuevo ciclo para Nicaragua y para toda América Latina”, resaltó Chávez, uno de los últimos mandatarios en llegar a Managua.
 
Chávez ponderó el triunfo abrumador de Ortega, “que hace cinco años no llegó ni al 40 por ciento y que ahora superó el 60%”. Ante la crítica que le plantea la oposición a Ortega por un supuesto fraude, Chávez lo defendió: “¿Cómo puede cuestionar estos resultados el imperio yanqui? No se puede tapar el sol con un dedo y esta victoria es la victoria del sol”, remarcó.
 
Además de esos dos líderes, de la ceremonia participaron ocho jefes de Estado y de Gobierno, con sus respectivas delegaciones. Entre otros, los presidentes de Guatemala, Alvaro Colom; el de El Salvador, Mauricio Funes; de Panamá, Ricardo Martinelli, el de Honduras, Porfirio Lobo; de Haití, Michel Martelly; y el presidente de Surinam, Desi Bouterse.
 
Ortega ganó las elecciones nacionales con el 62% de los votos, el doble que su principal competidor el Partido Liberal Independiente, que no aceptó el resultado y denunció fraude y pidió a la comunidad internacional que no reconociera al nuevo presidente.
No fue la primera controversia que generó la candidatura del jefe del FSLN, quien a pesar de que la propia Constitución le negaba la posibilidad de un tercer mandato, presentó un recurso judicial y finalmente la Corte Suprema le permitió presentarse a la contienda de noviembre del año pasado, como cabeza de la lista del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
 
Lejos de aquel líder marxista y ateo al cual el mundo miraba tras la insurrección popular de 1979, ahora su discurso, y en particular el de su mujer, Rosario Murillo, demuestra mucha devoción y religiosidad, un cambio que le otorgó cientos de miles de votos de un país mayoritariamente católico.
A ese mensaje de caridad cristiana, Ortega lo combina con una fuerte agenda social de corte populista, que plantea asistencialismo para esos grandes sectores de nicaragüenses que están en los márgenes. Y gran parte de esos planes son ejecutados gracias a la ayuda económica de Hugo Chávez, que le aporta unos US$ 500 millones al año, lo que equivale a un 7% del PBI nicaragüense.
 
Esa cooperación le permitió a Ortega en su último gobierno impulsar esos proyectos para esa amplia franja de la población (un 47%) que está bajo la línea de la pobreza. Así proliferaron las llegadas de láminas de zinc en barrios marginales, autobús subvencionado, casas populares a bajas tasas, salud y educación gratuita.
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