México es un país acostumbrado a venerar a sus dioses de la canción. Unos seres terrenales que un día les hicieron llorar de alegría o les acompañaron en los peores momentos. No importa si viven o están ya muertos, como José Alfredo o Pedro Infante. Hay un preciso instante mientras vivían en que se volvieron inmortales. Para muchos José José ya había muerto hace una década. Ha sido el hombre, José Sosa Ortiz (Ciudad de México, 1948), el que luchó contra el mismo alcoholismo que había matado a su padre, el mismo que resurgió del polvo de la cocaína y del asfalto y consiguió perdonarse, quien los ha dejado este sábado, a los 71 años, en un hospital en Miami (EE UU). Pero el José José que levantó a un país entero el 15 de marzo de 1970 con un sol natural y 16 compases sin respirar de El triste es el que sigue y seguirá vivo en la memoria de aquellos que ni siquiera habían nacido.

Tomado de El País.
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