Serio y concentrado, Francisco tuvo agarrado con las manos el relicario. Por primera vez, la urna con nueve pedazos de huesos que se supone estaban en la tumba de San Pedro en los subsuelos de la basílica que lleva el nombre del primer Papa de la historia, fue exhibida en público. Sesenta mil personas aplaudieron, guardaron silencio y miraron con devoción y curiosidad al Papa argentino que durante todo el Credo, en la misa de ayer celebrada como final del Año de la Fe, aferró en actitud de recogimiento y oración el sencillo cofre con las reliquias. Pero no dijo una palabra al respecto durante la homilía y el Angelus.

En el altar de la explanada de la basílica fue colocado el relicario durante toda la misa y Jorge Bergoglio le esparció incienso. El Papa se detuvo frente a la caja y después se arrodilló. El cofre tiene una inscripción que dice en latín: “Los huesos hallados en el hipogeo de la basílica vaticana que se considera son del beato Pedro Apóstol”.

Cuando concluyó la ceremonia, la urna fue llevada a la Capilla de los aposentos pontificios, en el Palacio Apostólico, donde se encuentra desde 1971.

Las polémicas han acompañado la reliquia desde que los pedazos de hueso fueron descubiertos. El arzobispo Rino Fisichella, “ministro” del Papa para la Nueva Evangelización, dijo que lo importante no era que las reliquias fueran o no auténticas, sino que han sido reconocidas por la tradición católica.

Son nueve fragmentos de huesos de dos a tres centímetros dispuestos por separado en la urna, que según dijeron algunas fuentes contradictorias ayer es de madera o de bronce.

El debate sobre la autenticidad de las reliquias constituye uno de los más interesantes de la arqueología moderna. El 26 de junio de 1968, Pablo VI anunció al mundo que se habían hallado los huesos de San Pedro. Luego se lo confirmó personalmente la gran experta en epigrafía griega Margherita Guarducci, que había descubierto la tumba del apóstol en 1950 al descifrar un grabado helénico en un ataúd en el que se leía: “Pedro está aquí”.

Dentro de esa sepultura en las grutas vaticanas, donde hay docenas de papas enterrados, no había nada. Pero la profesora Guarducci siguió investigando y descubrió que un trabajador que había encontrado los restos en el ataúd los guardó en una caja de zapatos y los puso en un depósito.

Al hacer el anuncio, Pablo VI dijo que eran “convincentes” los argumentos de que los huesos pertenecían a San Pedro.

Ya el 23 de diciembre de 1950, durante el Año Santo, el Papa Pío XII anunció por radio que se había encontrado la tumba del apóstol. Desde 1939 se hacían las excavaciones para satisfacer el último deseo de Pío XI, que pidió ser sepultado cerca de la tumba de San Pedro.

El arqueólogo jesuita Antonio Ferrúa, que integraba el equipo de Guarducci, mostró su escepticismo. En la revista de la orden jesuita “La Civiltá Cattolica”, Ferrúa escribió en 1995: “Hablando claro. Algunos lo creen. Yo no”.

Simón de Galilea, Pedro, fue crucificado cabeza abajo en el año 67, en los pestilentes terrenos, infestados de malaria, del monte Vaticano. Los soldados romanos lo enterraron allí mismo. El emperador Constantino, que cristianizó al imperio cuatro siglos después, ordenó construir en el lugar del martirio y tumba de San Pedro la primera basílica vaticana.

Fuente: Clarín.

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