Jaime Lozano era un jugador discreto. No hacía alardes ni le gustaba el protagonismo. Pero ese perfil no lo hacía intrascendente. La calidad que destilaba su botín zurdo le permitió jugar 15 años en Primera División, ser bicampeón con los Pumas y vestir la camiseta de la Selección Nacional. Las pelotas paradas eran una garantía con él. Los rivales temían cuando el Jimmy fijaba su mirada en el arco, con la meditación que antecedía a un fiero golpeo de zurda.
Lozano se formó en Universidad Nacional, una de las canteras más distinguidas del país. No era gambeteador ni le eran atribuidas características distintas. Pero el compromiso colectivo que demostraba le hacían válido para conformar cualquier plantilla. Los jugadores solidarios suelen encajar casi siempre en todos lados. Era normal escuchar su voz en las conferencias de prensa. Una voz tenue, apenas audible en ciertas ocasiones, pero que desmenuzaba con puntualidad aspectos generales del juego. Su forma de ser se correspondía con su forma de jugar.